Desaparecer

Por Alberto Tejero Caballo (1)

 

En la Rondilla el sol moría poco a poco, amparando  en  su  manto  de  luz transparente las primeras sombras de la noche. El viento dulzón de junio se deslizaba por las calles, llenando de vida a la gente y animando a las personas que estuvieran en sus casas a refugiarse en la cálida oscuridad. Nadie se encontraba solo: había parejas de ancianos y de jóvenes dadas de la mano, grupos de amigos ocupando toda la calle, niños lanzándose globos de agua, llenando el aire con el grito de sus voces infantiles.

Ana, en cambio, los veía a todos de reojo e intentaba ignorarlos. Si se cruzaba con alguien por la acera, procuraba caminar más rápido.

Ella solo oía la voz de Pink amplificada en sus oídos, gritando letras de amor y de ruptura acompañadas por guitarras eléctricas y muchísima rabia.

Con todo, aquella era su forma de dejar la mente en blanco; de intentar no pensar sin llegar a olvidar por qué estaba haciendo aquello.

Se dirigía al río, impaciente, ansiosa, dando pasos cada vez más largos. Tenía que hacerlo cuanto antes: si no, dudaría, y no podía permitirse la posibilidad de echarse atrás.

No después de todo lo que le había hecho.

Tras una breve eternidad, se sentó en la arena de las Moreras, cerca del agua, y perdió la mirada en el curso del río. A pesar de la música, empezó a escuchar la voz de sus pensamientos.

¿Por qué?

¿Qué había hecho para merecerse todo aquello? ¿Por qué había estado destinada a que todo cuanto cayera en sus manos acabara hecho añicos? Había sido ingenua e inocente. Demasiado para su edad.

Primero el instituto. Al principio risas a su espalda. Ya estaba acostumbrada de siempre, pero por algún motivo, aquel año degeneró en otra cosa.

Burlas, insultos.

Peleas. Golpes.

Palizas.

Todos mirando con morbosa curiosidad sin atreverse a intervenir.

 Después, la jaula de ansiedad. Los problemas de respiración, la presión constante en el pecho, como si el corazón le arañara las costillas, intentado escapar.

En algún momento dejó de pintar.

Y cuando dejó de hacerlo fue como si notara que se empezaba a morir.

Miró al sol agonizante y se le escapó una lágrima. Aquel no fue el final. Pudo haberse recompuesto, haber cogido fuerzas y haber pedido ayuda para volver a estar bien.

Pero eligió el peor remedio posible.

Conoció a Hugo.

Se quitó los auriculares y los guardó en el bolsillo. Se permitió un momento de paz para poder seguir destrozándose interiormente. Notó una arcada y el regusto de la bilis abrasándole la garganta.

Había hecho cosas por aquel chico a las que no quería poner nombre.

Se había dejado utilizar hasta el punto de dejar de reconocerse.

Entre sus manos, Hugo le había cogido cariño a aquella niña que le idolatraba y en la que veía reflejada la visión idealizada que tenía de él. Le gustaba estar en aquel pedestal, y pronto se olvidó del cariño que le tenía para hacerle lo que quisiera en nombre del amor. Quiso sacarle más de aquel amor inventado por Ana para salvarse a ella misma, y cuando vio que no respondía…

Instintivamente, la chica se acarició el vientre. Aún le dolía, y más abajo también. El sexo le había sangrado durante días desde la última vez que vio a Hugo.

Empezó a recordarlo y se dio prisa. Dejó el móvil en el suelo y empezó a meterse en el río con la ropa puesta. Ahora escuchaba la sangre en sus oídos, bombeada por los restos de su arrugado y diminuto corazón.

Cuando ya no hizo pie, miró al cielo añil. Le habría gustado sonreír, pero no pudo.

Se encontraba justo debajo de la estrella más brillante, aquella de la que nunca recordaba el nombre.

Se despidió de ella en silencio.

Descendió en el agua y no volvió a salir.

(1) Relato ganador del 1º Concurso Relatos cortos de la Rondilla

 

¿Meteorito?

Por Oliver Álvarez Valle

 

La gigantesca mole que caía hacia la ciudad de Valladolid iba proyectando una creciente sombra que recorría sus barrios, provocando así un breve eclipse en cada uno, desde Covaresa al sur, pasando por el centro hasta acabar en el norte.

En la Rondilla el sol dejó de lucir momentos antes del impacto.

La oscuridad duró lo suficiente para que los vecinos alzasen sorprendidos la mirada al cielo, pero no lo necesario para que pudiesen comprender lo que estaba a punto de ocurrir. La onda expansiva les sorprendió con la boca abierta, con una graciosa expresión de asombro.

Aunque la violencia del choque fue capaz de tumbarlos a todos, ninguno salió herido de gravedad y los destrozos materiales se redujeron a vidrios de ventanas y automóviles. El objeto había terminado estrellándose contra el río Pisuerga, justo donde su pequeño afluente de la Esgueva desaguaba en él, rodeado de parques y jardines.

El cráter abierto en el cauce tragaba el caudal entero del río, haciéndolo incluso desaparecer durante unos minutos. A cambio devolvía un monstruoso ruido, como las gárgaras de un gigante, y una densa masa de niebla que se fundía con la estela que aún permanecía en el aire, como una columna blanca de gas con la base entre las verdes orillas del cauce y el fuste inclinado hacia el sol, perdiéndose en lo más alto del azul del cielo.

- ¡¿Pero… guotde-fá!? - gritó Hugo cuando el impulso de la explosión dejó de hacerle rodar sobre la hierba.

- ¡Nos atacan, tío! le contestó Diego, también a gritos, para hacerse oír sobre el atronador eructo que venía de la zona del río, a tan sólo unas decenas de metros. Se intentaba quitar de encima a Marco, que había rodado hasta estamparse contra el mismo árbol que él.

- Quita de ahí – protestó peleando por incorporarse antes que su amigo no digas bobadas, ¿quién nos va a atacar?

- ¡Los aliens, tío, los aliens! Mira ahí arriba, ¡nos atacan desde el espacio!

- ¡Venga ya! replicó Marco - siempre estás con el mismo rollo de que nos invaden los ovnis. Qué pesado.

- Pues esta vez igual tiene razón zanjó Hugo, ya de pie, señalando hacia la vegetación de la orilla, entre la que empezaban a asomar unos extraños seres, como hombrecillos de diversos tamaños vestidos con empapadas mallas verdes que les cubrían todo el cuerpo. Se acercaban rodeando el redil donde se soltaba a los perros.

 Un pequeño yorkshire con un lacito rosa en la cabeza había salido volando por encima de la valla y parecía haberse roto una pata al caer, por cómo se retorcía sin poder levantarse y por los aulliditos de dolor que daba. Los hombrecillos verdes se reunieron a su alrededor rápidamente y se agacharon hacia él.

- Os lo dije, ¡os lo dije! gritaba Diego dando saltos  ¡¡¡QUIETOS AHÍ, NI SE OS OCURRA TOCARLO!!!.

- Pero qué haces tío, ¡cállate!. Marco intentaba taparle la boca sin conseguirlo.

- No me da la gana. No voy a dejar que le abduzcan, o que le corten en cachos, ¡¿es que no has visto lo que le hacen a las vacas?! se zafó de su amigo, cogió una pelota que encontró a su lado y echó a correr con ella en alto - ¡¡¡AL ATAQUEEEE!!!.

Hugo casi se cae al suelo de la risa al ver la imagen de la extraña y temeraria carga. Era cierto que no había cerca ninguna otra cosa que usar como proyectil, pero le pareció realmente cómico ver a su amigo lanzando con un grito de guerra la colorida pelota infantil perdida por algún niño del parque.

Sorprendentemente los más bajitos de los de verde se asustaron y se escondieron detrás del más alto de todos. Ése no se asustó, le hizo un gesto a Diego con una mano para que se detuviese y alzó uno de los tres dedos de la otra, que empezó a lucir con una luz deslumbrante, incluso a pleno sol. Al tocarle en la pata herida, el yorkshire dio un salto y corrió dando ladridos hacia su dueña, que intentaba desenganchar su larga melena de las ramas de los arbustos donde había caído.

Diego había interrumpido su heroica carga, sorprendido por la actitud de los alienígenas, y se había quedado de pie con la boca abierta, con Hugo y Marco a sus lados. Se les unieron los futbolistas que habían estado jugando en la cancha contigua. También ellos se quedaron petrificados, mirando hacia esos seres cabezudos, que les devolvían la misma mirada interrogativa.

De pronto, una conexión telepática se estableció entre los dos grupos, ambos vieron el interior de la mente de los otros. Nadie tenía intenciones agresivas, ni siquiera ya el impetuoso Diego, defensor de la Tierra.

Los de verde miraron a la vez hacia la pelota que les habían lanzado, preguntándose qué sería. Buscaron la respuesta en las mentes de los humanos de diversos tonos de piel que tenían en frente y descubrieron cómo usaban ese tipo de objetos, elásticos y esféricos, para unirse en equipos y jugar.

El alto le dio una patada a la bola de colores y uno de los futbolistas con camisetas rojas la paró con el pecho y, con una suave bolea se la devolvió a los del equipo verde que, en pocos segundos gracias a su capacidad telepática, captaron la esencia del juego.

 Humanos y alienígenas, todos mentalmente coordinados, se trasladaron al campo de fútbol a disfrutar de un partido entre dos equipos mixtos, que empezó ganando el equipo de la portería orientada al río, pero que rápidamente remontó el rival.

Así fue cómo, cuando llegaron las cámaras de las televisiones a cubrir el impacto de un meteorito en la ciudad de Valladolid, se encontraron con el partido de fútbol más extraño de la historia, y cómo el barrio de la Rondilla se convirtió en el símbolo de la primera relación de amistad intergaláctica.

FIN.

 

``En La Rondilla el sol…´´

Por Esther arribas Sancho

 

Cuando llegué a este barrio recién casada con tantas ilusiones, la vida me parecía de color de rosa.

No me importaba que las calles estuvieran sin asfaltar, ni que las casas estuvieran hechas de batalla. No me importaba que no hubiese enchufes, porque no teníamos ningún electrodoméstico, pues estaba acostumbrada a tener pocas cosas materiales y para los dos, con querernos me valía.

Los problemas empezaron cuando llegaron los niños. Había que pagar las letras del piso y todo el gasto que ocasiona un niño pequeño; además de esto estaban las preocupaciones si se ponen enfermos, o no comen, o no duermen ni dejan dormir… así unas cosas y otras, fueron minando mi salud. Yo que parecía que era fuerte como un roble, empecé a sentirme aplastada por los problemas.

Pensé contarle a alguien lo que me pesaba, pero como no quería preocupar a nadie, cuando podía se lo contaba a un papel y me desahogaba.

Lo mejor que me pasó en esa época fue enterarme de que había en el barrio una escuela para adultos. El primer día que fui, volví a casa encantada porque me acogieron con mucho cariño las profesoras y compañeras.

En el barrio seguían las luchas vecinales de la Asociación Familiar, para conseguir el consultorio, más colegios, institutos, el parque, el Centro Cívico, etcétera.

Un alcalde que había en esos años comprendió que en este barrio tan luchador merecíamos eso y más.

Mi vida transcurría dando bandazos, casi siempre con depresiones; cuando podía, me acercaba a la orilla del rio y escribía lo que sentía.

He encontrado un papel que tenía escrito desde hace tiempo que dice así: ``Hacía muchos días que no venía hasta este rincón donde me gusta escribir.

Esta el día gris, sereno, la temperatura suave. El cielo se refleja en el río, las aguas están alegres y juguetonas porque un grupo de piragüistas las llenan de color. En la Rondilla el sol asoma trémulo entre las nubes y nos regala un resplandor difuminado, que aumenta la serenidad de esta mañana.

Yo sentada en un viejo chopo inclinado por el viento y los años; acompañada de mi perrito Chapo, que después de dar cuatro carreras y beber agua en el río se sienta a mis pies y me mira con sus ojitos cristalinos y me cuida mientras escribo.

Llegan tres niños con sus cañas de pesar y tiran los anzuelos por ver si pescan algo.

Los piragüistas, no dejan de pasar, no se si hay alguna competición o están paseando por el río.

Oigo a uno de los chavales que es la una menos veinte y me estremezco al pensar que tengo que volver a la vida diaria.

 He dejado la bolsa en la tienda y todavía no he comprado, no tengo comida, no he hecho las labores ni nada. Hoy me encontraba mal y me he levantado tardísimo, no llamé a mi hija y no fue al trabajo, el perro se había meado en el pasillo, porque anoche no le sacó nadie.

A mí, me cuesta mucho trabajo andar y pensar. Quisiera poder estar todo el día en el campo, sin preocupaciones de marido, hijos, problemas de dinero y de tareas que no soy capaz de llevar a cabo. Pero tengo que volver a casa, hacer frente a las dificultades como todo el mundo.

Sí, soy ama de casa, bueno eso de ama de casa es un decir, porque yo me siento, como la criada de todos.

Bueno, como esto suena a queja, a ver si soy capaz de escribir algo bonito’’.

Y tras este texto en el que relataba el mal día que tenía y cómo me aliviaba el parque, añadí el poema que sigue y que aún sigo leyendo a menudo.

 

Ya sabe el rey de los astros

a iluminar este día,

el parque, el río, y sus aguas

surcadas por piragüistas.

 

Lleno está de chavalillos

pescadores o ciclistas.

 

Muchachas haciendo footing

otras, pasean tranquilas

y ríen alborozadas hablando

de sus conquistas.

 

Yo, apoyada en mi chopo

contemplo la maravilla

y el perro, casi extasiado

moviendo sus orejillas,

escuchando tanto bullicio.

 

El parque resuma vida,

jovencitos y mayores,

todos disfrutan del día

de descanso, porque es sábado

y es motivo de alegría.

 

Es, un alto camino

del luchar de cada día.

 

Hay que buscarse un rincón

para cargar energía

y descargar las tensiones

que nos regala la vida

yo lo vengo aquí a buscar

y lo encuentro cada día

que me apoyo en este chopo

a escribir mi poesía,

al río, al sol, a las plantas

y a todo que tenga vida.

 

¡Porque en la Rondilla el sol…

es, quién me carga las pilas!

 

 

HIEL DE FLORES

Por Raquel Molina González

 

Recuerdo aquella mañana en la que te divisé a lo lejos por aquel parque castellano que me cautivó desde el primer momento, como tu mirada de café. La luz tan viva de aquella mañana de invierno reflejaba nítidamente tus destellos, deslumbrantes ante mis ojos. En ese momento, me di cuenta de que en La Rondilla el sol luce con más fuerza cuando tu adorable

presencia coexiste con la mía entre aquellos paisajes de ensueño que descansan plácidamente

junto al dulce y fresco Pisuerga.

Fueron los instantes más breves e intensos de mi vida. Allí estabas, tan resuelto y jovial, paseando entre aquella fuente celestial, completamente ajeno a mi atención ensimismada. Era la primera vez que vivía aquella experiencia, y no supe qué hacer, aunque mis piernas trémulas y mi cara ardiente decidieron guardar silencio ante aquella escena tan deseada.

Era la primera vez que tenía delante de mis ojos a aquella persona con la que intercambié tantas palabras e ideas prolíficas durante seis largos y felices meses, un tiempo en el que pasaste de ser un mero interlocutor a la persona con la que me encantaría compartir mi vida.

Durante esos instantes, sentí una necesidad extrema de expresarte todo lo que me haces sentir, de hacerte saber que despiertas en mí deseos tan fuertes que me hacen admirarte sin límites, de decirte lo mucho que anhelo aquellos momentos tan cálidos que vivimos al

principio, pero, sobre todo, de declarar mi amor por aquel chico tan armonioso tanto por fuera como por dentro que comenzó a hablar conmigo por mera curiosidad.

Espero que el tiempo, el lugar y las circunstancias nos vuelvan a unir, porque aún guardo en un rincón muy recóndito de mi ser la esperanza de que nos volveremos a ver, aunque solo sea esa.

Dame el beso que siempre anhelé, aunque solo sea por última vez, aunque lo sienta en mis carnes con todas las lágrimas transformadas de las sonrisas con que lo imaginé, aunque me veas como la antítesis de lo que siempre te amé.

Bésame, aunque solo toques mi piel, aunque no me vuelvas a ver, aunque solo sea por dejarme la miel, aunque el próximo sea de otra mujer.

Bésame, aunque te duela, aunque me duela, aunque le duela al amor correspondido que nunca nació o que pasó de puntillas entre los dos.

Pero, sobre todo, bésame, por lo que pudo ser y nunca fue.

 

MULTICOLOR

Por Marina Camazón Olmedo

 

En La Rondilla el sol se va metiendo tras los edificios de cara rectangular y vértice de 90 grados. Pero más bien parece que no se quiere esconder, sino que quiere buscar algo o a alguien.

Aquí el sol es diferente, ese rayo de luz que impregna los pisos rojos no es de un solo color de tono amarillento, sino que muestra todo el espectro que el ojo humano es capaz de distinguir.

El sol no entiende de colores, él no entiende de lenguas, el sol no entiende de economía, de divisas o de cuentas corrientes. El sol no entiende de géneros, de edades, de ideologías o religiones. El sol no entiende de luchas rivales, de sangre, de odio. El sol no entiende de armas ni de violencia. El sol no entiende de fronteras. No entiende de equipos de fútbol.

El sol entiende de hacer surgir vida, de hacer que te sientas como en casa, aunque no estés en ella, el sol entiende de cercanía, de alegría. El sol entiende de tener esperanza, de creer en ti mismo, de trabajar y luchar. Entiende de confiar en tu vecino o en ese señor que acabas de conocer en la calle. El sol entiende de construir el camino. De dar oportunidades.

En La Rondilla el sol nunca se pone. La Rondilla nunca se oscurece. En La Rondilla siempre hay color.

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En Valladolid hay un parque que es una maravilla,

el parque Ribera de Castilla,

donde los niños juegan, los jóvenes se divierten y los mayores pasean.

Siempre está lleno de luz, vida y alegría,

¡Viva el parque Ribera de Castilla!

Orgullo y pedacito de vida

del barrio de la Rondilla.

 

 

OTRO SOL

Por Pilar López González

 

A este parque al cual dedico ésta poesía, hace unos años viví una bonita experiencia.

Unos niños con naturalidad, tanto a mí como a las personas que se encontraban allí, nos dieron una lección de tolerancia y empatía con los que no son de nuestro lugar o raza .

En la Rondilla el sol se agradecía...algunas tardes acompañaba a mi hermana a pasear y jugar con su nieta de cuatro años.

Dentro del parque había espacios   para que los niños jugaran con unos pequeños elementos de madera, donde los niños se subían y movían gracias a un muelle donde estaban sujetos.

Se lo pasaban en grande y peleaban por subirse. Además, había también un pequeño barco de madera donde jugaban a ser capitanes y marineros.

Pero lo que más les gustaba era la arena, por eso siempre llevábamos un calderito y una pala. Aquella tarde llegamos y estaban una niña y un niño que eran de origen sudamericano, jugando con sus calderitos y palas.

La nieta de mi hermana enseguida nos pidió que la diéramos el calderito y la pala y se fue a jugar con ellos.

Nos sentamos en el banco como solíamos hacer mientras la niña jugaba, vigilándola de vez en cuando.

Observamos que, en el banco de enfrente, estaba sentada una joven sudamericana y supusimos que era la mamá de los niños.

Al poco rato llegaron unas jóvenes acompañadas de dos niñas más o menos de la misma edad que la nieta de mi hermana y esos niños.

Se sentaron en el banco continuo al nuestro.

Las niñas dijeron: - ¡mamá nos vamos a jugar a la arena con esos niños!

 Y echaron a correr hasta donde estaban.

Las jóvenes mamás charlaban animadamente, y, cuando mi sobrina-nieta vino hacia nosotras a que la diéramos agua, miraron para observar a sus hijas y se percataron de que los niños con quienes jugaban no eran españoles. Una de ellas dijo a la otra:- ¡pero mira si están jugando con esos indios! a ver si las van a pegar algo. Y llamaron a las niñas a gritos: ¡Julia!, ¡Cristina!, ¡Venid, que nos vamos!

Las niñas hicieron oídos sordos y sus mamás se acercaron hasta ellas y de mal humor dijeron:

- Os hemos dicho que nos vamos.

-¡Pero si acabamos de llegar! ¡déjanos otro ratito! -dijeron las niñas. Pero las mamás las cogieron por un brazo y se las llevaron.

Tanto los niños como nosotras nos quedamos sorprendidos por la repentina decisión.

Cuando se fueron, la mamá sudamericana comentó: - ¡no querían que jugaran con mis niños, por eso se han ido!

Mi hermana le dijo:- son unas maleducadas y antipáticas. No las haga caso. Y después la preguntó: - ¿Lleva usted mucho tiempo en Valladolid?

-¡Sí!, cinco años. Soy de Perú, mi niña vino con un añito y el niño que tiene cuatro añitos nació aquí.

La  señora nos  contó  que su  marido  trabajaba  en  la construcción  y ella ayudando  a  personas mayores.

Era muy agradable, estuvimos conversando un rato y luego nos despedimos.

Al día siguiente mi hermana y yo por la tarde salimos a pasear como muchos vecinos del barrio. Ese día la niña no nos acompañaba porque su mamá la había llevado a un cumpleaños.

Después de pasear, volvimos al parque a sentarnos un poco, pero la mamá Peruana y sus niños nó estaban en él. Nos dimos cuenta al poco rato que estaba sentada en un banco, tras los arbustos y árboles, que formaba un semicírculo de donde estábamos nosotras . Podíamos verla alzando la cabeza y mirando por encima de los arbustos. Los niños jugaban bajo un abeto grande. La niña tenía un cochecito de juguete y un muñequito de la mano al cual le daba el biberón, y el niño con un balón se entrenía dándole patadas .

Ella en donde estaba no nos podía ver por lo que pensamos que se había ocultado por si venían las mamás del otro día.

Nos dijimos mi hermana y yo- luego cuando descansemos nos acercamos a saludarla.

¡Cuál sería nuestra sorpresa cuando vimos entrar a las mamás de ayer con las niñas! Se sentaron en el banco de al lado sin saludar y las niñas echaron a correr y se subieron en el barco a jugar.  Las mamás sacaron sus móviles y se pusieron a ver fotos que comentaban entre risas lo guapas o feas que habían salido. Creo eran fotos de una boda familiar porque comentaban:-¡Mira a salido mi hermano mejor que la novia!

Tan entretenidas estaban que no se percataron de que las niñas desde el barco habían visto ya a los niños que jugaban bajo el abeto, sin decir nada, echaron a correr y se unieron a los niños.

Mi hermana y yo nos callamos dándonos un guiño, para darlas un escarmiento para que estuvieran más atentas.

Al poco rato se oían risas y voces alegres, se lo estaban pasando muy bien. Al oír las voces, las mamás levantaron sus ojos del móvil y miraron. Al no ver a las niñas, se llevaron un buen susto y se levantaron preocupadas, hasta que se dieron cuenta de que jugaban alegres con los niños.

Mi hermana las dijo: - No se preocupen hacen rato que juegan, se lo pasan bien.

No tuvieron más remedio que admitir que las niñas se llevaban bien con esos niños, que sólo eran niños. Ellos no saben de prejuicios y diferencias.

Al final terminamos sentadas todas en el mismo banco conversando.

Las niñas dieron una lección a sus mamás. Y es que hay otro sol que es el que todos necesitamos como el pan de cada día, el calor humano de la empatía.

 

“Sin ti”

Por Pilar Gozalo Gozalo

Sentada en nuestro banco preferido del Parque Ribera de Castilla, frente a la fuente del gran chorro de agua que tanto te gustaba me ha dado por recordar aquel último día…

Justo después de despedirte, salí a la calle un tanto desorientada y, sin saber muy bien por qué, accedí a ese bar donde solías acompañarme cada mañana. Nada más entrar, tanto mis ojos llenos de lágrimas como mi soledad, delataron al amigo de detrás de la barra que algo terrible había pasado…  Inmediatamente, se apresuró a abrazarme y a decirme unas palabras al oído.

Con ese mensaje, me propuse que nuestro barrio no podía convertirse en una sucesión de llantos al afrontar cada pregunta, cada recuerdo y cada una de las experiencias vividas.

Volví a salir al exterior, caminando sola por cada uno de tus lugares preferidos pero intentando tener una amplia sonrisa a pesar de las lágrimas que, inevitablemente, se desprendían de mis ojos… Volví a recorrer ese mar rojizo de calles  que  aporta  el  ladrillo  característico  de  las  construcciones  del  barrio, conversé con diferentes vecinos y vecinas que se paraban a preguntarme ante la notoria ausencia, perdí la noción del tiempo paseando por la orilla del Pisuerga mientras  escuchaba  el crujir de las  hojas  caídas  a mis  pasos  y volví a  casa recorriendo  ese frecuentado  paseo del Esgueva  invadido  por el sonido de los patos que tanto te gustaba…

Hoy, aquí, sentada en nuestro banco preferido del Parque Ribera de Castilla, parece que aún te tengo junto a mí… Mirándome mientras te alejas para jugar, oliendo todas las flores o simplemente tumbado en el frescor del césped divisando cada uno de los movimientos que se producen en el entorno…

Tu ausencia es aún desgarradora pero no puedo olvidar lo que me proporcionó la fuerza necesaria para seguir adelante ese primer día y es que aún resuenan en mi mente esas palabras de mi amigo del bar que me pronunció al oído: “En La Rondilla el sol volverá a salir también para ti”.

Y, poco a poco, sus rayos van secando mis lágrimas. (A ti, mi fiel perro)

 

 

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